Estudiantes de SALESIANA.
El conocimiento es el activo más importante del siglo XXI, pero las habilidades blandas son las que te ayudarán a convertir ese conocimiento en resultados.
Peter Drucker
El planteamiento de Drucker pone en evidencia la necesidad de abordar con más ímpetu en la educación superior las habilidades para la vida o mal llamadas “habilidades blandas”, las cuales, a pesar de ser cada vez más conocidas y requeridas en el ámbito empresarial y profesional de todas las áreas del conocimiento, son en ocasiones olvidadas y menospreciadas en la formación, bien sea por la creencia falsa de que “saber hacer” es mejor que “saber pensar” y “saber ser” o bien, porque al velar por la economía, se sacrifican asignaturas, talleres, espacios de formación o acompañamiento con enfoque en el desarrollo personal y estrategias de comunicación e interacción, para priorizar los conocimientos “duros” o técnicos, aún más en programas de formación del lado de la ciencia, la tecnología y las matemáticas. Esta creencia, a su vez, refuerza el imaginario en los estudiantes, quienes suelen considerar a estos espacios como poco necesarios para su profesión o incluso “relleno” en los currículos académicos, lejos de entender el impacto y la importancia que tienen para la vida.
Este escrito se queda corto en caracteres para argumentar la importancia de las habilidades para la vida y la relación que tienen con el concepto de formación integral; sin embargo, se espera que invite a la reflexión y aporte herramientas para la búsqueda de la transversalidad más allá de las asignaturas, de tal manera que la construcción de ciudadanía, de mejores profesionales y, principalmente, de mejores seres humanos, críticos, analíticos y empáticos, sea una realidad tangible y evidente que redunde en elevar la cultura social.
Desde David McClelland, quien en los años 50 identificó la necesidad de las habilidades no técnicas, como la motivación y la capacidad de liderazgo para el éxito profesional; pasando por Howard Gardner y su teoría de las inteligencias múltiples (1983), donde destacó la inteligencia interpersonal e intrapersonal como indispensables para el éxito en la vida; el también reconocido Daniel Goleman, quien con su libro Inteligencia emocional (1995) puso en evidencia la importancia de reconocer y trabajar las emociones; hasta el responsable del término de “habilidades blandas”, Thomas Friedman, a través de The World is Flat (2005) vinculó el trabajo interno y personal con el mundo laboral, y un sinnúmero de exitosos empresarios, coaches y mentores han encontrado que no solo se necesita saber hacer y ser bueno en un área en particular, sino complementar ese conocimiento con la capacidad para comunicarse de forma precisa, asertiva y oportuna; tener creatividad; la suficiencia para adaptarse a entornos cambiantes, trabajar en equipos cada vez más interdisciplinares y dinámicos, ser empáticos y poseer un pensamiento crítico que permita flexibilidad, conciencia social y ambiental, entre otros.
Sin embargo, esas habilidades necesitan desarrollo, acompañamiento, práctica y trabajo; es necesario comprender a la persona como un complejo sistema de saberes, sentimientos, experiencias, creencias y valores que se interrelacionan constantemente entre sí. Hace falta reconocer que en cualquier actividad educativa está implicada la persona como un todo, que las dimensiones humanas están en constante interrelación y que el propósito de la educación (en su concepto más amplio) es propiciar el desarrollo armónico de dichas dimensiones para generar conocimientos más profundos e implementar las habilidades y competencias necesarias para ponerlos en práctica.
El único camino no es tener algunas asignaturas dentro del currículo; es más, me atrevo a pensar que se quedan cortas ante esta labor titánica. Por esta razón, crear escenarios donde los estudiantes puedan mirarse a sí mismos, entender de dónde viene su sistema de creencias, sus limitantes, miedos e incertidumbres; donde puedan reconocer sus sentimientos, comunicarlos y ver en los otros ese complejo entramado de emociones, pensamientos y actitudes que nos hacen únicos y que, muchas veces, se vuelven obstáculos para la interacción con el entorno y el óptimo desarrollo personal y profesional, es una tarea en la que estamos en mora los académicos y las personas que dedicamos la vida a la educación, con la firme creencia y la convicción de que es el mejor camino para una mejor sociedad. La pregunta que surge es: ¿estamos dispuestos a hacerlo? Es momento de empezar la reflexión y pasar a la acción.